Hace unos años tuve la oportunidad de enfrentarme a la resolución de un pequeño rectángulo de poco más de 25 m2 que poseía todas las susodichas características. Por si no fuera bastante, tenía la desventaja de quedar hundido con respecto al nivel de la vivienda.
Realicé desde el principio que es cierto que existen jardines que no son para ser admirados desde fuera, sino que son para ver desde dentro de casa, es decir que se pueden y se deben disfrutar cómodamente desde el sofá. Pero al mismo tiempo a la hora de su planificación no se debe descartar por completo la posibilidad de hacer alguna incursión en el exterior y tomarse un aperitivo en los cálidos días de verano …. y entonces la cosa se complica, porque si saturamos el espacio de plantas, no quedará sitio para las personas. Es como querer un cuadro para contemplar y al mismo tiempo reservarnos el privilegio de entrar en el cuadro de vez en cuando.
De una cosa estaba seguro, de que tenía que inventarme algo para que la vista desde el sofá del comedor, a través del único amplio ventanal de cristal que separa el mismo del espacio exterior, fuera el motivo principal del jardín.
Le di muchas vueltas antes de dar con la solución: dos Acer palmatum “butterfly” colocados en las esquinas opuestas del estrecho rectángulo de tierra y cuyas copas de delicadas hojas verde-blanco-rosado con los años (¿cuantos?) acabarían formando una nube de follaje, una bóveda ligera. Quería conseguir que un día desde el sofá se viera solamente una nube de hojas confiando en la calidad pictórica de esta variedad de arce.
Después de algunos años, la escena se presenta todavía incompleta pero ha dejado de ser un producto impalpable de mi imaginación. Está tomando forma y aquí desde el sofá contemplo su evolución en un día lluvioso de primavera.