Os hablo de carballos porque fue el elemento que mas me impresionó cuando vi por primera vez la finca objeto del proyecto que os voy a describir. La parcela, estrecha y alargada, flanqueada de edificios poco atractivos, poseía algo especial: cuatro buenos ejemplares de carballo distribuidos, con afortunado equilibrio, todo a lo largo del terreno. Quedé fascinado desde el primer momento y fruncí el ceño al enterarme que alguno que otro había sugerido cortarlos (al parecer eliminar los carballos era el paso previo y necesario a la realización del jardín propiamente dicho, porque en Galicia los carballos, igual que otras especies autóctonas, no se consideran planta de jardín).
¿Cómo ocultar los límites de la finca sin acentuar la estrechez del espacio? ¿Cómo crear recogimiento sin degenerar en una sensación de opresión?
Lo cierto es que “levantar” altos setos escuadrados es un error bastante común. Son harto frecuentes los jardines delimitados a un lado por la fachada de la casa y a los tres restantes lados por oprimentes paredes verdes. Es posible que de esa manera se consiga protección de las miradas indiscretas, pero la sensación en estos espacios es como la de estar metidos dentro de una caja.
¿Qué hacer entonces? Una posible solución consiste en crear barreras visuales estratégicas restringidas a las zonas donde más se necesitan en lugar de marcar indiscriminadamente el entero perímetro de la finca. En el jardín de los carballos utilicé para ese fin Trachelospermum jasminoides sobre celosías de madera, una linea de Viburnum tinus, un grupo de Nandinas y un seto libre de Pittosporos al fondo. Estas pantallas proporcionan la suficiente intimidad y dinamizan a la vez el perímetro de la finca.
Tras unos pocos años de evolución, el largo rectángulo aparece dividido en dos áreas diferentes (por extensión, estilo, material, tipo de vegetación e uso) que se desenvuelven la una en la otra, no estando separadas ni físicamente ni visualmente. La primera zona más formal está constituida por una tarima de madera apoyada en una “alfombra” de Ophiopogon e inmersa en el verdor de los setos de boj y de los perfumados Trachelospermum jasminoides y Choysia. Es un espacio ideal para sentarse y disfrutar a la sombra de un magnifico carballo.
Desde la tarima se accede directamente a la otra parte del jardín de un estilo más natural y conformada por un amplio sendero de grandes piedras recuperadas de un vertedero y colocadas a fuerza de hombro. El follaje dorado de los Carex y el amarillo brillante de las flores del Hypericum “Hidcote” lo iluminan a un lado mientras que un grupo de Nandinas lo delimitan al otro lado.